Dios mío, Dios mío, Dios mío. ¿Qué demonios hace él aquí? Dado
que su mera presencia me altera el pulso y si se acerca a menos de diez
metros es capaz de dejarme catatónica, está claro que yo no le he
invitado. Entonces, ¿quién ha sido?
Le
observo moverse por la habitación, esquivando a la gente con la misma
soltura que emplea para deshacerse de los defensas del equipo contrario,
con un vaso en la mano. No me ha visto, o eso creo, así que aprovecho
la ocasión para camuflarme detrás de una enorme planta y contemplarle a
mis anchas. Por favor, ¿cómo puede ser tan guapo? Da igual lo que se
ponga; ya sea con el uniforme del equipo o con tejanos y una camisa, dan
ganas de comérselo a mordiscos. A veces siento la tentación de ponerme
de rodillas, juntar las manos y, mirando al cielo, gritar “¡gracias,
Señor, buen trabajo!”.
Se
para frente las puertas abiertas del balcón, mirando al exterior, y el
corazón se me desboca. De frente es un regalo para la vista pero de
perfil incita al pecado. Ese trasero, embutido en unos tejanos anchos,
me provoca unos pensamientos de lo más perverso. Me muerdo el labio
inferior y se me escapa un gemido. “Queridos Reyes Magos: él es lo que
quiero como regalo esta Navidad y no acepto una negativa por respuesta
porque llevo años siendo buenísima y me lo he ganado”, pienso mientras
le repaso de la cabeza a los pies. Lo se, se me ha ido la cabeza del
todo pero, oye, no es culpa mía. Cuando llevas años a dieta y te ponen
delante un suculento pastel de chocolate ¿no se te hace la boca agua?
Bueno, pues yo estoy en sequía hace ya ni me acuerdo cuánto tiempo ¡y él
es mi pastel de chocolate!
Ay…
mientras yo andaba perdida en mi nube de lujuria, me ha visto. Maldita
sea, me ha visto, me está mirando y… Un momento. ¿Qué está haciendo? ¿Me
sonríe? No, no, no. Esa sonrisa que aparece perezosamente y acaba
estallando sobre una boca perfecta, no ¿eh? Es lo único que me faltaba. Y
sí, tiene el mismo efecto de siempre: me tiemblan las rodillas.
Retrocedo hasta apoyarme en la pared porque, justo ahora que parece que
he captado su atención, no sería buena idea caer redonda al suelo.
Madre
mía, se está moviendo. ¿Moviendo?, ¡se está acercando! En cuatro
zancadas se planta delante de mí y, de repente, mi mundo se hace muy
pequeño. No me atrevo a levantar la vista y, gracias a mi estatura
estándar y su más de 1’90, todo lo que veo es la extensión de su pecho
cubierto con una inmaculada camisa blanca. Me dan ganas de apoyar la
cabeza en esa almohada, cerrar los ojos y…
Vale.
Me ha cogido de la barbilla y me ha levantado la cabeza, en un gesto
que se me antoja lleno de ternura, hasta que no he tenido más remedio
que mirarle. ¿Le había tenido alguna vez tan cerca? Tiene los ojos
oscuros y brillantes. Sigue sonriendo y me fijo que sus colmillos
sugieren mordiscos muy placenteros y se le hacen hoyuelos en las
mejillas. Parece un niño grande, travieso y muy, muy tentador. Se me
acelera la respiración y soy incapaz de ver u oír nada de lo que ocurre a
mi alrededor. ¿Estoy en una fiesta llena de gente o en un espacio
intemporal a solas con el más increíble ejemplar de hombre que he visto
en mi vida? Quién sabe. Y qué más da.
No
decimos nada, ninguno de los dos habla durante un tiempo que se alarga
lentamente. Yo estoy segura que, aunque quisiera, no podría decir nada;
tengo la mente en blanco. Sobre su silencio no tengo pistas, pero sonríe
y me lo tomo como una buena señal. Y justo cuando pienso que ahí
acabará todo, que dará media vuelta y desaparecerá de mi vida para
siempre mientras se ríe a carcajadas de mí, empieza a acercarse un poco
más, y un poco más aún, hasta que tengo su cara a un centímetro de la
mía. ¿Va a besarme? ¡Va a besarme! Cierro los ojos por instinto y siento
sus labios rozando los míos. Entonces…
¡RIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNNGGGGGGGGG!!!!!!!!!!
¡RIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNNGGGGGGGGG!!!!!!!!!!
Un
momento… ¿Ring, ring? ¿Qué porquería de banda sonora es esa para un
beso digno de película americana? ¿Dónde están los violines in crescendo
y el piano triunfante? Abro los ojos, enfadada con el asesor musical de
mi vida, y sólo veo oscuridad a mi alrededor. Él ha desaparecido sin
dejar rastro y estoy sudando por gentileza del edredón que todavía no he
tenido tiempo de quitar. Creo que empiezo a entenderlo… Son las siete
de la mañana y eso era el despertador.
Mierda, no ha sido más que un sueño. Mierda.
Mjo
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